(En el Día Internacional de la Mujer. 8 marzo de 2014)
La
salida precipitada de España del Sáhara Occidental, abandonando a la población
saharaui, dejándola a merced de la invasión marroquí y mauritana, impidió la
realización de un referéndum autodeterminación propuesto por Naciones Unidas en
1975 para la descolonización del territorio. La población saharaui, guiada y
protegida por el Frente Polisario, se vio obligada a refugiarse en los
campamentos de Tinduf. La guerra con Marruecos y Mauritania había comenzado.
En
los primeros años, la organización de la vida en los campamentos de refugiados corrió
en gran medida a cargo de las mujeres, que tuvieron que desempeñar nuevos roles
completamente ajenos a las tradiciones como: maestras, policías, sanitarias, administrativas,
horticultoras, diplomáticas, etc.
El Frente Polisario, como la
mayoría de los movimientos de liberación nacional, replicó la estructura y funcionamiento de organizaciones
similares en África y el Mundo Árabe. Así, y además de la proclamación de un
Estado, la RASD, creó la Unión Nacional de Mujeres Saharauis (UNMS) como organización
de masas, correa de transmisión y parte de la estructura política del
movimiento.
La creación de esta organización
desde el Estado y no como fruto de las reivindicaciones y la lucha de las
mujeres, por no decir la lucha feminista, como había ocurrido en muchos Estados
árabes, respondía así a un intento de articulación e integración del activismo
político de las mujeres que empezaron a militar en las filas del Frente Polisario
desde sus inicios, pero ha derivado en una instrumentalización, desde las
instancias oficiales, de las políticas de género, para la proyección de una
imagen progresista y feminista de la sociedad saharaui, muy conveniente para recabar
apoyos entre la izquierda internacional, principal simpatizante de la causa.
El incipiente Estado concede a la
mujer el derecho al voto, el acceso a la educación secundaria y superior, incluso
en el extranjero, y al trabajo fuera de la jaima
en las instituciones públicas; lo cual, sin duda, representó un avance
trascendental en la valoración de la mujer y su empoderamiento.
Al
amparo de esa ferviente militancia nacionalista, promovida y protegida por el Estado,
las mujeres pudieron incluso transgredir ciertas normas sociales, como, por
ejemplo, en la vestimenta femenina, que adoptó la estética de la revolución: el
uniforme verde oliva ¡con pantalones! un hito de modernidad; así como el
abandono de ciertas costumbres y usos tradicionales, algo impensable en una
sociedad musulmana, fuertemente conservadora, que la España colonial no había
sido capaz de integrar.
Al
final, con todo, se ha logrado proyectar una imagen idealizada de la mujer
saharaui, como una de las mujeres mas liberadas, dentro del mundo árabe, de las
ataduras religiosas y de la sociedad patriarcal. Una imagen que ya forma parte
del paisaje sonoro de la solidaridad con el pueblo saharaui, repetido sin
salirse del guión por cualquiera de las delegaciones de mujeres en sus
permanentes giras en busca de apoyos, que llegan incluso a declararse
feministas, desde una cierta frivolidad e inconsciencia del calado que esto
representa.
Si
nos atenemos a una de las definiciones mas sencillas del feminismo, la de
Rosalind Delmar: “ser feminista implica un reconocimiento de la discriminación
femenina en razón del sexo, así como que la satisfacción de las necesidades
específicas femeninas y la solución de su problemática…” puede considerarse que
en el caso saharaui no ha emergido todavía una verdadera conciencia ni
reivindicación que pueda catalogarse de feminista.
En
muchos de los países árabes, a diferencia del feminismo occidental laico, las
mujeres han demandado sus derechos simultáneamente con la lucha anticolonialista.
En Egipto, por ejemplo, el feminismo en su encuentro con la lucha nacionalista,
durante la época colonial, pudo sacar a la luz las formas de opresión
patriarcal autóctonas, además de las provocadas por el colonialismo. En cambio
el activismo político de las mujeres saharauis está centrado exclusivamente en
la lucha por la liberación nacional.
Las
mujeres saharauis en estos últimos veinte años han aceptado, sin mas, la pobre
base legislativa existente. El artículo 41 de la Constitución de la RASD es el
único que trata específicamente la promoción y el reconocimiento del papel de
la mujer, y dice: “El Estado persigue la
promoción de la mujer y su participación política, social y cultural en la
construcción de la sociedad y el desarrollo del país” Una exigua
legislación que interesa al Estado para no distraer o dispersar la lucha por el
objetivo principal. La aceptación de esta mínima base legal, inconscientemente,
ha reforzado el inmovilismo legislativo latente y legitimado, con más ahínco, la
estrategia nacional de postergar cualquier intento de lograr la equidad de
género o el reconocimiento de derechos fundamentales, hasta lograr la independencia.
Esta
situación está representando una verdadera dicotomía para muchas mujeres entre
su papel como activistas por la causa nacional y como ciudadanas, cuyos
derechos civiles, sociales y económicos no ocupan ningún espacio en la agenda
política de las instituciones saharauis.
Parece
inadmisible que a pesar de este aparente empoderamiento, en las últimas
décadas, estemos asistiendo a un grave retroceso en la situación concreta de
las mujeres. Son varios los factores que han favorecido este retroceso. El más
importante es el “alto el fuego” (1991) que ha provocado que los hombres “ociosos”
en el frente, empezaron a pasar largas estancias en los campamentos, desplazando
a las mujeres de muchos de los puestos de trabajo y responsabilidad. El “alto
el fuego” ha implicado también la vuelta de los hombres al control directo sobre
las familias y por ende sobre las mujeres.
Otro
factor importante, a principios de los noventa, ha sido la vuelta en masa de
estudiantes que habían acabado su formación en Cuba (los “cubarauis”) Después
de estancias muy largas en la isla, durante las cuales se había sufrido una
profunda transculturación. Vuelve a los campamentos una nueva mujer “más
liberada” pero “libertina” y “mala influencia” en la forma de pensar de la
sociedad saharaui.
Llegado
este punto, no olvidemos que en la sociedad saharaui como en todas las arabo-musulmanas,
la creencia popular ve a las mujeres como seres esencialmente sexuales, sobre
las cuales recae el honor de la familia y del clan. Y además, cualquier intento
de renovación o cuestionamiento de las costumbres y tradiciones es un desafío y
un ataque hacia la cultura, la moral y hasta una blasfemia contra la religión,
que al fin y al cabo sigue rigiendo los cimientos de la sociedad saharaui y su
Estado.
Los
factores anteriormente mencionados se han visto agravados por el desafecto
político a la causa, que ha provocado el debilitamiento y la pérdida de
motivación de los saharauis por el trabajo comunitario, y que ha provocado la
vuelta de la mayoría de las mujeres a la reclusión doméstica, bajo la anestesia
de los preceptos religiosos y el peso de la tradición. Todo ello ha sido el caldo
de cultivo para reinstaurar los nuevos/viejos mecanismos de control patriarcal.
Hay
que reconocer que el F. Polisario hizo un intento histórico, y lo digo con admiración
y respeto por sus fundadores, para la integración de las mujeres en todos los
niveles de la vida en los Campamentos. Sin embargo, el Estado, la RASD, que había
asumido la emancipación de la mujer creando estructuras y condiciones para
ello, no ha logrado apartar, neutralizar, los intereses patriarcales que siguen
generando marcadas desigualdades de género, y que es la “mano negra” que
siempre esta detrás, controlando y dirigiendo esa teórica “emancipación”.
La
situación actual de las mujeres saharauis en los Campamentos de refugiados
exige un análisis más profundo, más allá de la utilización política para la
causa y del superficial e infundado discurso propagandístico con tintes de
progresismo y modernidad, divulgado a lo largo de estos años y que no se
corresponde en nada con la realidad que viven las mujeres.
Es
urgente reflexionar desde una perspectiva de género, para crear y desarrollar
un verdadero movimiento feminista, autónomo, que lidere la lucha de la mujer
por la igualdad de derechos y por su plena incorporación, en libertad, a la
vida social y política, Esta sensibilización y lucha en ningún caso debe seguir
supeditándose y postergándose a la consecución de la independencia nacional.
Lehdía Mohamed Dafa